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Marià Torres: “La bahía debería quedar solamente para embarcaciones deportivas y de pescadores, sin ferris ni puerto industrial”

By 16 septiembre 2020 agosto 15th, 2022 No Comments

Marià Torres (1957, Sant Antoni) ha vivido prácticamente toda su vida junto a la bahía de Portmany. Se crió en Can Rafal, sobre la panadería que regentaba su familia, en la esquina de la plaza de la iglesia, y es una de las personas más respetadas del municipio. Catedrático en Llengua Catalana y Literatura, director del Instituto Quartó de Portmany, candidato a alcalde en varias legislaturas por el partido socialista, conseller de Política Educativa y Cultura, director del Grupo de Teatro Ca Nostra, colaborador de la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera, historiador, autor de numerosos libros, medalla de oro de Sant Antoni…  Se trata, sin duda, de una de las personas que mejor conocen la bahía, su evolución histórica y las costumbres asociadas a este territorio.

Haberse criado en un entorno como el de la bahía de Portmany tiene que haber sido un privilegio…

Recuerdo que los niños de Sant Antoni siempre estábamos esperando el momento de ir al mar, ya fuera verano o invierno. Antes de marcharme a Vila a estudiar, aún no tenía ni 10 años, un amigo y yo esperábamos a que llegara el mediodía para salir del colegio y marcharnos a la bahía. Antes pasábamos por la panadería de la familia y cogíamos un par de botes vacíos de confitura de cabello de ángel, de tamaño industrial (8 ó 9 kilos), que se empleaba para hacer ensaimadas mallorquinas. Al llegar a S’Arenal, nos descalzábamos y en media hora ya habíamos llenado los dos botes de pechinas. Luego las llevábamos al bar de S’Estany, en el Carrer Ample, y las cambiábamos por una Coca-Cola cada uno. Fueron las primeras Coca-Colas que me he tomado. En el bar hervían estos moluscos y los servían fríos, con un trozo de limón, como tapa.

Los chavales de Sant Antoni enseguida aprendíamos a preparar todo tipo de trampas para coger peces y pulpos, o hacer gambas. Recuerdo que en los primeros años de las salas de fiestas, recogíamos las botellas de cava usadas, les agujereábamos la base, introducíamos unos trocitos de pan y tapábamos la parte de arriba. Cuando las lisas entraban, luego no podían salir. Las entregábamos vivas a los pescadores para que las aprovecharan como cebo.

También hacíamos gambas junto a las rocas y los muelles del puerto. Nosotros mismos confeccionábamos los salabres. Cogíamos un saco, hacíamos un círculo con acebuche o sabina y lo cosíamos. Luego añadíamos cuatro cabos de hilo para poderlo levantar y una piedra como muerto, para que se mantuviera en el fondo. Por último, atábamos media sardina de casco y al atardecer las gambas se lanzaban como locas. Muy despacio, levantábamos la tela porque si notaban que algo se movía salían disparadas. Llevábamos una barça (cesta de esparto) y un bote lleno de virutas de madera para conservarlas vivas. Con ellas pescábamos doncellas, esparrallones…

Aunque en mi familia hay muchos marineros, yo nunca lo he sido. Aún así, a los siete años pasé un verano entero contemplando cómo se construían los llaüts en el astillero. Por allí trabajaban carpinteros de ribera como Moisés, de la familia de los Manyans de Vila, y es Calero, de sa Cala, que vivía aquí y murió hace poco. Construir una barca nos parecía muy fácil y con un amigo quisimos hacer una chalana. Cuando la terminamos, pensamos que nos había quedado preciosa. La llevamos al mar, pese a que apenas habíamos gastado un par de tapones de masilla para juntar la chapa. Enseguida hizo agua y nos mojamos el culo. Aún nos reíamos cada vez que recordamos esta anécdota.

Aquella bahía, sin embargo, ha sufrido muchos cambios…

En mis recuerdos ya se había empezado a rellenar todo el frente del Ayuntamiento desde Sa Riba, que era la entrada del pueblo, hacia el mar. Con los años se ha seguido ganando terreno al agua. No sé si es bueno o malo, pero a mí me gustaría verla en su estado natural, aunque esto, a través de la historia, es muy relativo. En tiempos árabes las aguas del puerto llegaban a través de acequias hasta el torrente de Can Prats, al lado de Can Guillamó. La transformación de la bahía no es algo exclusivo del siglo XX, sino que se ha producido a lo largo de la historia y eso resulta difícil de criticar.

Hay que destacar la importancia que ha tenido el puerto y la bahía de Sant Antoni dentro de la isla. Por ejemplo, desde el punto de vista de cómo ha transformado la Ibiza rural. El centro de Sant Antoni, a partir de los años 50, acogió a muchas familias que llegaron de Corona, Sant Miquel, Sant Mateu… Muchos hombres se hicieron marineros y ahora las empresas que trasladan a los turistas de un lado a otro de la bahía son de los descendientes de aquellas familias. Las mujeres, asimismo, trabajaron en los restaurantes y en los hoteles. Me gustaría ver a algún estudiante hacer una tesis sobre esta cuestión, que es muy interesante desde el punto de vista social.

¿Cómo describiría la evolución turística que ha experimentado la bahía?

No he conocido el Sant Antoni de los dos primeros hoteles, cuando abrió el Portmany en 1933 y el Savines en 1935. Yo soy del 57 y ya había otros alojamientos, pero sí recuerdo cuando aún no existía un predominio del turismo inglés de hooligans, sino que venían franceses, alemanes, suecos… La experiencia con ese tipo de turismo fue muy interesante y aprendimos muchas cosas. Cuando escuchas hablar a los trabajadores, muchos ya jubilados, que atendían a este tipo de gente, o a empresarios de la época, todos te dicen que habría que recuperar aquel tipo de turismo. Luego, ya en los 70 y 80, llegó la masificación del turismo joven inglés y todo se descontroló.

Yo no soy técnico en turismo, sino que pertenezco al mundo de la educación. Sin embargo, como observador externo me planteo la importancia que tiene, por ejemplo, la calidad de la infraestructura turística; sobre todo el hospedaje. ¿Qué nos interesa más, tener hoteles de cualidad o muchos apartamentos en los que no se sabe muy bien quién entra y cómo se vive allí dentro?

En estos momentos, también observo una reacción muy positiva por parte de algunos empresarios. A veces ya son los hijos de quienes fundaron la empresa y han emprendido una mejora en categoría y oferta; una apuesta por la calidad que me hace ser optimista. Me pregunto cuál es el peso de estos empresarios a la hora de definir la promoción turística que se hace de la isla.

¿Cómo cree que debería ser la bahía dentro de 20 años?

Bajo mi punto de vista, no se debería invadir más el mar. Tendríamos que tener la seguridad de que las aguas estuvieran limpias y eliminar los vertidos de cualquier tipo de residuo. Me gustaría ver el mar tan claro como tras los dos meses de confinamiento que vivimos hace poco. Sin salir de la bahía, ya hemos podido comprobar que la naturaleza es muy sabia y, si se la deja tranquila, tiene sus propios recursos para regenerarse. Incluso en zonas de costa llenas de escombros y hormigón aparecieron lapas.

No podemos pensar en destruir lo que se ha construido, pero se tendría que hacer un esfuerzo entre los dos municipios y hacer un cordón de preservación que impidiese que se tire más cemento sobre la costa. Habría que plantear también una reforma urbanística de toda la fachada marítima de Sant Antoni. Siempre he sido partidario de que los dos ayuntamientos se entiendan en infraestructuras y, por ejemplo, la idea de un paseo marítimo de bajo impacto ambiental que continúe desde es Es Pouet hacia Port des Torrent y también desde Caló des Moro a Cala Gració me parece muy interesante.

Sant Antoni como destino, además, debería de tener mucha más vocación hacia el mar. Eso significa potenciar aún más un turismo relacionado con la náutica y la naturaleza. Me gusta caminar cada día y es fantástico contemplar la cantidad de aves que por la mañana y al atardecer acuden a la bahía. Y si te paras en los muelles, puedes ver diez o doce especies de peces, caracolillos, cangrejos, y vegetación, como juncos, salicornia… La bahía cada día nos ofrece una lección sobre la naturaleza y su capacidad de adaptación.

¿Qué opina sobre la posibilidad de que vuelvan los ferris a Sant Antoni?

La bahía debería quedar solamente para embarcaciones deportivas y de pescadores, sin ferris ni puerto industrial. Como educador, he de confiar en la educación ciudadana y me gustaría que los políticos fueran conscientes de la responsabilidad que tienen sobre el presente y el futuro de la bahía. Eso implica que tendrían que darse cuenta de que es un espacio natural al que ya se le ha hecho mucho daño y no se le puede infringir más.

Sant Antoni, además, tiene un gran problema que es la infraestructura viaria. Yo estuve en el Ayuntamiento tres legislaturas y recuerdo proyectos como el que proponía abrir una calle cerca del faro, con dirección hacia Sa Talaia. Pero Sant Antoni no ha nacido para tener vías industriales que atraviesen el pueblo. La gente de hoy en día, tanto los que viven en Sant Antoni como los que vienen a disfrutarlo, no quieren escuchar camiones ni los ruidos característicos de un puerto industrial. Quieren comer tranquilos en una terraza.

Recuerdo cuando la gente paseaba hasta el muelle nuevo, donde amarraban los yates de los señores, mientras sus tripulantes disfrutaban de una comida en S’Olivar o El Refugio, que eran restaurantes de primera. Ese era un turismo realmente interesante y al que habría que volver. Me sabe mal la millonada de euros que se ha invertido en la estación y habrá que echarle mucha imaginación para reaprovecharla. Pero nunca ha funcionado ni funcionará.

Además de los ferris, la bahía tiene otros muchos problemas, como los vertidos, el fondeo ilegal… ¿Qué cree que habría que hacer al respecto?

Tantos los ayuntamientos como el Consell y el Goven deberían hacer un proyecto de eliminación. Seguro que se vierte mucha suciedad en la bahía. Vas paseando y ves cañerías que sueltan aguas y no sé si son más o menos sucias. En Sa Punta des Molí, por ejemplo, hay tubos de PVC que se adentran 300 o 400 metros en el mar. ¿Qué hacen ahí? Habría que desarrollar un estudio serio y buscar el compromiso de los empresarios para sanear la bahía. La parte de los residuos que salen de embarcaciones es muy difícil de controlar, pero las tuberías que salen de tierra no tanto.

En cuanto a la regulación de los barcos, yo creo que se ha hecho bastante trabajo. El Club Náutico es un punto de referencia importantísimo y ha aportado muchas soluciones, con independencia de que fueran o no interesadas. También ha contribuido a mejorar la imagen de Sant Antoni, ya que su renovación es uno de los elementos más positivos de los últimos años, y el trabajo de formación deportiva en el mar con los chavales también es muy valioso. En cuanto a la parte de los pescadores, me tengo que poner nostálgico. Ya me gustaría tener no uno, sino cuatro muelles viejos con llaüts de pescadores. Que se mantuviera una cofradía de pescadores aún más viva, con ayudas, y creo que es posible porque hay una planta de restauración que ofrece mucha calidad y busca ese pescado fresco. El vínculo entre pesca y restauración es fundamental y aporta mucha categoría a Sant Antoni.

Y luego está el turismo de desfase…

La realidad es que el West End ya se ha expandido hasta Ses Variades y Sa Punta des Molí. Si somos realistas, es el turismo que tenemos, aunque no nos guste. Durante muchos años hemos ido a lo fácil y mucha gente ha vivido de ello, pero me gustaría ver una reconversión. Eso quiere decir que se tendría que fomentar otro turismo. Yo soy muy escéptico con el tipo de promoción que se hace en las ferias internacionales. Seguramente hay que ir, pero no sé cuál es la incidencia real de estas acciones. Tal vez nos convendría más quedarnos en casa y cambiar la estrategia de promoción, con una visión distinta de Sant Antoni y de la propia isla.

Tras la Guerra Civil, Sant Antoni fue el enclave pionero de Ibiza. Aquí llegó todo el mundo y, con el turismo de los años 60 y 70, se establecieron unas condiciones sin ningún control. Desde el Ayuntamiento no se ha sabido nunca controlar la actividad del West End y se ha impuesto el tipo de turismo que tenemos. En el año 1983 entré de concejal en la oposición y ya se hablaba de lo mismo que ahora. Es un problema complicado, pero es el Ayuntamiento quien tiene que marcar la actividad del pueblo.

Otro de los elementos característicos de la bahía son las praderas de posidonia. ¿Cree que se les otorga la importancia que merecen?

Cuando estoy en la playa y  escucho a gente a la que se le pega una hoja de posidonia y dice “qué asco”, siempre pienso: Si tú supieras…. Allá donde hay posidonia significa que las aguas están limpias. Incluso llegó a tener una importancia fundamental en la vida doméstica. Se empleaba en la construcción, para las cubiertas de las casas, o como lecho para los animales en los corrales, manteniéndolos frescos y desparasitados. Y también en agricultura, para generar un lecho en nuevas plantaciones donde había poco agua, para que así las raíces estuvieran húmedas. En Formentera, no hace muchos años, aún sembraban así las tomateras, con hojas de chumbera y posidonia. Son técnicas de subsistencia. En los años 50 del siglo pasado, había que pedir una autorización y abonar una tasa para poder retirarla de las playas.

¿La bahía es territorio de leyendas?

Sí. Y hay que ponerlas en valor. Sería muy interesante, por ejemplo, seguir la pista de S’Estanyol, ese rincón al lado de Es Pouet, antigua frontera entre Sant Josep y Sant Antoni. Si lleva este nombre hay muchas probabilidades de que antiguamente la gente fuera allí a recolectar sal. Es algo que ya ocurría en los cocons (agujeros en las rocas) de Sa Punta des Molí, donde la gente acudía con una cesta, incluso en el siglo XX.

Y hay otras leyendas importantes relacionadas con este entorno, como la que afirma que Aníbal nació en Sa Cova de S’Olleta de Sa Conillera, algo que ya está recogido en el siglo XVII. Y del torrente de Es Regueró, por el que bajan las aguas de Sant Josep y Benimussa, se dice que había remolinos de agua capaces de engullir a una persona bajo el lecho. La gente les tenía pánico e incluso se habla de una ocasión en que desapareció una persona, un carro y un animal de tiro. Al parecer, estos hoyos acabaron siendo tapiados con piedras.